LA DIVISIÓN DE LA DEMOCRACIA CRISTIANA, COLUMNA DEL SENADOR FRANCISCO HUENCHUMILLA

La división de la Democracia Cristiana

Francisco Huenchumilla Jaramillo

Senador

Toda separación es dolorosa, pero todas tienen sus causas y razones. Cuando los problemas no se afrontan a tiempo, sobrevienen las crisis, y se tornan inevitables. Siempre abogué por que los distintos grupos bajaran sus banderas propias –y escondieran los cuchillos largos– con el único propósito de salvar al partido; pero ello no fue posible, y así lo dije públicamente. Hoy día, esa Separación es una realidad.

Este hecho hay que verlo como una oportunidad de sanación, y de explorar nuevos caminos, para ambos grupos que compartimos juntos las vicisitudes de la política, con triunfos y derrotas. ¿Qué nos pasó entre medio? Soy, a despecho de la mayoría de los que se fueron, de aquellos que piensan que no fue la falta de fraternidad en nuestras relaciones humanas partidistas la causa de esta separación; al revés, la pérdida de la fraternidad se produjo porque lentamente nos fuimos distanciando respecto de la mirada del mundo y su desarrollo –específicamente en Chile–, y también por el afán de determinados dirigentes muy importantes, que hicieron de la conquista del poder interno la razón de su acción política, exacerbando las luchas fratricidas, creando verdaderas maquinarias donde todo valía, y donde el ethos democrático interno se debilitó, bajo la premisa “o estás conmigo o estás en contra mí”, con lo cual las decisiones internas colectivas perdieron legitimidad.

El ambiente de convivencia democrática nunca se recuperó. Y finalmente colapsó. El partido nació bajo el liderazgo de grandes hombres del siglo XX que, con la inspiración y la ética del cristianismo, optaron por la renovación del catolicismo conservador que se había quedado, cual estatua de sal, mirando el pasado; y cuyos próceres no supieron leer adecuadamente la naciente nueva doctrina social de la Iglesia, que había surgido de la “Rerum Novarum” y de la “Quadragesimus Annus”, que anunciaban los nuevos tiempos. De la misma manera, estos hombres se apartaron de la Revolución de Octubre, que inspirada en el materialismo desafió al capitalismo como una alternativa, pero que finalmente colapsó con la caída del muro y el derrumbe de la URSS.

La Revolución en Libertad marcó para siempre lo que fue y es la Democracia Cristiana: una fuerza democrática progresista, que se pone al lado de los necesitados, de los pobres y de la clase media; en contra de los abusos de una sociedad capitalista, que trataba a los campesinos como siervos de la gleba; donde las ciudades estaban rodeadas por poblaciones marginales o callampas, y donde cundía el analfabetismo en la mayor parte de la población. Eduardo Frei Montalva hizo la Reforma Agraria, a despecho de los poderes agrarios, y permitió la organización de los campesinos, mediante la sindicalización. Hoy día Frei Montalva, con esa política, sería un revolucionario.

A los pobladores marginados los organizó con la política de la Promoción Popular, y con la dictación de ley de Juntas de Vecinos y Organizaciones Comunitarias (que todavía en el siglo XXI sigue dando sus frutos); y creó el Ministerio de la Vivienda y Urbanismo, que hasta el día de hoy coloca al Estado en un rol fundamental, para que las familias chilenas accedan a la casa propia.

También hizo la Reforma Educacional, que dio un potente salto en la cobertura para atender a millones de niños y sacarlos del analfabetismo.

La DC creía en una sociedad comunitaria, basada en la solidaridad y en la justicia social; nunca estuvo, en su doctrina, el individualismo como el centro o el motor de la sociedad, sin perjuicio de creer y practicar una economía social de mercado donde pudiera desplegarse la iniciativa y la creatividad del ser humano. Siempre creímos en el hombre como ser social, con un destino compartido, basado en el bien común y en la solidaridad; y rechazamos el individualismo egoísta, donde el hombre camina solo en este mundo, sin importarle la suerte de los demás –y donde lo central es el mercado y su sistema de precios–.

La dictadura hizo, por la fuerza y sin democracia, un cambio revolucionario en la economía y en la sociedad, basados en la doctrina de los Chicago Boys, tributarios de Milton Friedman y otros pensadores, para los cuales el centro de la humanidad no es la sociedad –alguna vez Margaret Thatcher dijo que la sociedad no existía, solo individuos y sus familias– sino el individuo y el mercado, como único asignador de los recursos con su sistema de precios. Por todo ello se inició un proceso masivo de privatización y desregulación, donde todo fue al mercado. Así lo vivimos –y lo seguimos viviendo–dramáticamente los chilenos y chilenas, con la salud, con la educación y con las pensiones; porque hubo un cambio cultural, en virtud del cual todo se vende y se compra dependiendo del tamaño de tu bolsillo, fomentándose el individualismo, el consumismo y el hedonismo.

Todo ello generó que, al término de la dictadura, teníamos 5 millones de pobres en Chile.

La Concertación hizo la transición a la democracia con sabiduría, audacia y un necesario sentido de la realidad. Luchó contra la pobreza con políticas sociales que permitieron a millones de chilenos salir de esa inhumana situación, con un adecuado manejo de la economía, y fueron 30 años de avances para el país. Sin embargo, ello significó, probablemente de una manera inconsciente y casi automática, optar por un tipo de capitalismo extremo basado en el individualismo, al estilo norteamericano, que consolidó el mercado como único asignador de los recursos; y sin perjuicio de las políticas sociales implementadas, la salud, la educación y las pensiones, centralmente, fueron y son tributarios de aquel sistema. El acceso depende, en definitiva, del tamaño de tu bolsillo, con millones de estudiantes endeudados y con incierto futuro laboral, y con pensiones insuficientes (mejoradas, ahora en parte, con aportes del Estado).

En la educación, bajo el principio de la libertad de elegir, hay una verdadera pirámide de castas (desde Las Condes y Vitacura, hasta los modestos liceos de Cholchol y de Lumaco). Sin duda, una sociedad clasista. La salud, otro bien público indispensable para la dignidad de las personas, también sufre de un clasismo motivado y dependiente del tamaño de tu bolsillo. Los jóvenes nacidos en dictadura, o en la transición, despertaron a la realidad cuando sus padres, ya viejos, se jubilaron para darse cuenta de que las luminosas promesas de los economistas de la dictadura eran sólo eso, promesas incumplidas; pero que los grandes grupos económicos no habían perdido el tiempo, puesto que con los ahorros forzosos de los trabajadores habían creado y usado un millonario mercado de capitales –en dólares–.

La pregunta es, ¿esa es la sociedad que queremos los demócratas cristianos, basada en el individualismo, en el lucro y en el clasismo? ¿o queremos una sociedad basada en la solidaridad de los seres humanos, con justicia social, y con niveles de igualdad que resguarden nuestra dignidad?

Y a la hora de los quiubos, ¿dónde estará nuestro corazón?

Yo siempre entendí que la DC estaba del lado de los necesitados, fiel al mensaje de los Evangelios.

Creo que muchos de nuestros ex camaradas se entusiasmaron y adormecieron con el modelo, se hicieron parte de él, trabajaron y trabajan con los grupos económicos, les financiaron sus campañas parlamentarias y de convencionales, se aliaron con la derecha para boicotear la Reforma Tributaria, o le financiaron la campaña al Rechazo–a cuyo frente se colocaron como portaestandartes de la derecha–; algunos y algunas nunca leyeron los programas presidenciales.

Trataron entonces de justificarse, y le echaron la culpa a la falta de fraternidad, olvidándose que ésta es fruto de proyectos compartidos, y de la práctica de una democracia interna que ellos demolieron con sus maquinarias de poder interno. Perdieron legitimidad partidaria, y la fraternidad se quebró.

Esos camaradas cometieron, a mi juicio, dos errores claves. No entender que hay vida más allá del capitalismo neoliberal norteamericano, para el cual el mercado lo es todo. Que existen otros tipos de capitalismo, como el que practican los demócrata cristianos de Alemania, con una economía social y ecológica de mercado, donde la educación, la salud y las pensiones no se rigen por la lógica del mercado; o los ejemplos del capitalismo europeo, como en España, Portugal o los países escandinavos, e incluso muchos países asiáticos.

Nunca he logrado entender a la DC chilena, que se afana y se ufana de sus vínculos con la Fundación Konrad Adenauer, y que sin embargo nunca adoptó, como su modelo a seguir, la economía social y ecológica de mercado del partido hermano, con los necesarios ajustes, acorde con las diferentes realidades históricas, políticas y culturales.

El otro error que cometieron nuestros ex camaradas es haber pisado el palito de la derecha, de un anticomunismo trasnochado. A estas alturas, en el mundo del siglo XXI, ese no es tema más que para los sectores conservadores, los nacionalistas o los populistas de derecha. El experimento de la Unión Soviética, que desafió a la sociedad surgida desde la Revolución Industrial, fracasó y desapareció. Hoy existe un comunismo de nuevo tipo, representado por China y Vietnam, donde se combina el centralismo democrático inspirado en el marxismo leninismo, y una economía capitalista, en un mundo abierto y globalizado; sin afán proselitista a la usanza de la Guerra Fría. Son países claves y determinantes en la economía mundial, y con los cuales todas las derechas económicas del mundo se sienten cómodas y satisfechas. ¿Qué pasará en el futuro? Bueno, eso es otro cuento.

Ahora, la Democracia Cristiana tiene el camino libre y abierto para iniciar un proceso de modernización y reestructuración; con militantes con nombres y apellidos, con compromiso personal, con disciplina y bien formados en doctrina y política; con una mirada de la sociedad del siglo XXI, que tiene desafíos distintos a los que tuvieron nuestros padres fundadores, basados siempre en los valores evangélicos de que el hombre es tu próximo, y nuestro norte es construir una sociedad solidaria, más justa e igualitaria, con libertad personal, con iniciativa creadora, con una vida sobria y auténtica, con democracia interna plena, participativa y descentralizada, donde brille la verdadera fraternidad.

 

▶️División de la Democracia Cristiana – Senador Francisco Huenchumilla

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